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Primer relat de Sant Jordi

Cuando llegué, la policía ya se había ido. Subí las escaleras y me dirigí al tercer piso, donde se alojaba Alex en una vivienda de alquiler. La puerta estaba cerrada, por lo que saqué una tarjeta de crédito y forcé la puerta con ella. Entré sigilosamente en el modesto domicilo de Alex pensando en la posibilidad de que algún agente se hubiera quedado en la residencia. Calculaba que me quedaría una hora aproximadamente hasta que volviera la policía, si es que volvía.

Me cercioré de que no quedaba nadie en la casa para dirigirme al dormitorio de Alex. Estaba en el mismo estado que la noche anterior, la cama seguía deshecha, un escritorio bastante desordenado y al fondo un armario.

Registré todo el dormitorio y no tan sorprendida me encontré con una soga atada al colgador, por lo que muy feliz fuí a comprobar la caja fuerte del pequeño cabrón para cobrarme mi parte de la herencia por mi misma. Tan solo encontré una carta, la abrí y, aunque esperaba unos cuantos billetes, parecía la carta de suicidio de Alex. Leí atentamente:

“Quizá sea algo precipitado, pero si estás leyendo esto quiere decir que he decidido quitarme la vida. Esta carta no la escribí hoy, pero tenía cierta esperanza de que no me dejaras después del accidente que me dejó en silla de ruedas, como un aficionado del fútbol que se hace ilusiones con una remontada épica de su equipo después de un 4-0 en la ida.

No lo hago porque me dejes, así que no te sientas culpable, Diana. ¿Cómo ibas a seguir con un pobre inválido, con la cara deformada y quemaduras en el 40% de su cuerpo, incapaz de trabajar y de darte dinero?

Precisamente por eso lo hago, todas lo harían. Diana, me importas una mierda, me suicido porque el mundo me da asco. La sociedad es un mercado de intereses y nuestra relación era un ejemplo. ¿Crees que yo te quería? No, solo me gustaba tu físico. Lo nuestro era un intercambio de bienes, yo te mantenía y tu aliviabas mis necesidades. Ojalá alguna vez te des cuenta de lo despreciable que eres. Hasta siempre ”

Cuando terminé de leer, todo me daba vueltas alrededor. ¿Había sido siempre así?

Toda la mañana estuve sentada con el texto en la mano, me sentí la última mierda del mundo. En cuanto escuche el coche de policía volver, tomé el mismo camino que mi compañero Alex hacía unas horas y me eché la soga al cuello.

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